domingo, 4 de abril de 2010

feliz día de resurrección

Anécdota de Delibes para resucitarImprimirE-Mail
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Escrito por Antonio Gil Moreno
sábado, 03 de abril de 2010
Un gran poeta, Miguel de Santiago, nos ofrece estos versos para la mañana del Domingo de Resurrección: "Alégrense los campos / regados por el sol / de primavera. Alégrense los trigos / fecundados por vientos / suaves de mayo. Alégrense / las amapolas rojas / de vida en melodías / de plenitud".

La Semana Santa no termina el Viernes Santo, con el estremecimiento de la muerte sino con el resplandor del resucitado, con la explosión de una vida nueva que desemboca en la plenitud. Se va a cumplir un mes de la muerte de Miguel Delibes y todavía resuenan los ecos de su vida, con mensajes nuevos y anécdotas ejemplares. Una de esas anécdotas, que contó por primera vez Mario Camus, narraba que al poco de conocer al escritor, éste le habría comentado cómo acababa de rechazar la propuesta de un editor para que se presentase a un premio millonario con la novela que apenas tenía comenzada. En la propuesta quedaba implícito, naturalmente, que Delibes se llevaría el premio. Pero Delibes se negó. "¿Qué pensarán de mí?", dijo. "¿Quién?", preguntó el delegado del editor en cuestión. "Los que han presentado sus novelas al premio y se encuentran con que está dado antes", contestó Delibes. "Eso qué importa. Pensarán que su historia era la mejor, sin duda". "A mí me importa, y mucho", replicó Delibes. Y de esta manera zanjó la cuestión.

La anécdota nos revela a todos una honestidad intachable, una coherencia vital entre la persona y la obra, entre los principios éticos del hombre y su reflejo en cada una de sus creaciones, que no es tan habitual en el terreno de la creación. Su postura ante la vida nos habla de un corazón noble, de una inteligencia con principios, de una conciencia bien repleta de valores, entre los que destaca, sin duda, el de la justicia. Hoy, Domingo de Resurrección, es un buen día para resucitar zonas muertas de la vida, recuerdos entrañables, consejos que nos empujaron el alma, personas que nos alentaron con su testimonio, sueños que el tiempo o las derrotas esfumaron.

Miguel Delibes se nos descubre en esta anécdota como un hombre recto, un hombre de bien, que no inclina la balanza a su favor, por el solo argumento del favoritismo, sino que abre el abanico de posibilidades a todos los que participan en la lucha. Eso se llama jugar limpio. No está bien hacer trampas cuando están en juego vidas, ilusiones, esfuerzos, entregas generosas. Este modo de pensar y de actuar del escritor, estoy seguro, fascinará a muchísimas personas, a todos los que luchan por una sociedad justa y por unas instituciones limpias en su proceder.


La Pascua del “Aplec de l’Esperit” (4/04/10)ImprimirE-Mail

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Escrito por + Josep Àngel Saiz Meneses
sábado, 03 de abril de 2010

Celebramos hoy con gozo la Pascua, la primera y principal fiesta cristiana del año, aunque la fiesta de Navidad tenga más eco popular. El mensaje de la Pascua puede resumirse en estas palabras del Evangelio: “¿Por qué buscáis entre los muertos a Aquel que vive?”.

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Hoy celebramos un resplandor de vida. Celebramos que en medio de la noche de la muerte, en medio de las noches del sin sentido y la desesperación, de las noches de la falta de amor y del aparente triunfo de la violencia, resplandece con fuerza una gran Luz, la de Cristo resucitado. Celebramos el paso del Señor de esta vida mortal a una Vida nueva.

Y lo celebramos también porque creemos que su resurrección no es un privilegio para Él solo, sino que Él es quien nos abre las puertas a la vida plena y a la resurrección a todos nosotros.

Con el fin de celebrar bien esta fiesta tan importante nos hemos ido preparando durante las semanas de Cuaresma y en las celebraciones de la Semana Santa. Y es tan central la resurrección de Cristo en nuestra fe que le dedicamos cincuenta días –el llamado tiempo pascual- para poderlo interiorizar y celebrar como merece.

De hecho, la celebración de este día abre la puerta al tiempo pascual que se prolongará durante cincuenta días hasta el día de Pentecostés. En este tiempo de Pascua los cristianos celebramos la presencia especial de Cristo en medio de sus discípulos, la presencia de Cristo en su Palabra, en los sacramentos, en sus ministros, en la comunidad sobre todo y en los más pequeños y pobres del mundo.

Como nos ha enseñado Benedicto XVI en su primera encíclica Dios es amor,nuestra fe no es en primer lugar el simple seguimiento de unas ideas, ni de una doctrina, ni de un libro; tampoco es una simple celebración de un hecho pasado, sino que celebramos y seguimos a Jesús, que está presente en medio de nosotros como Resucitado también hoy y aquí, el primero entre muchos hermanos y hermanas.

Aquellas mujeres que iban a embalsamar a un difunto, regresan siendo portadoras de la Buena Noticia. También nosotros somos llamados a ser portadores de esta Buena Noticia destinada a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Este tiempo pascual del 2010 en nuestra diócesis queda marcado por un hecho que nos compromete a todos como comunidad cristiana. Como ya se ha anunciado, la ciudad de Terrasssa acogerá por primera vez el “Aplec de l’Esperit”, que celebraremos –Dios mediante- en la vigilia de Pentecostés, la Pascua granada, el sábado día 22 del próximo mes de mayo.

He de agradecer a todas las personas, sobre todo a las autoridades y a los jóvenes, por su colaboración y disponibilidad para preparar este acontecimiento, en el que los protagonistas son los jóvenes cristianos de las diócesis de Cataluña, Andorra y las Islas Baleares. Es un hecho importante, signo de una Iglesia quizás minoritaria en el futuro, pero bien viva, tal como demuestran con su dinamismo los jóvenes cristianos que protagonizan los “Aplecs de l’Esperit”.

En el clima del gozo pascual, nuestra ciudad acogerá por primera vez a estos jóvenes cristianos de nuestra tierra. Que este acontecimiento nos anime a ser cada vez más fieles seguidores de Cristo y fieles testigos suyos en medio del mundo.

¡Con estos sentimientos, os deseo a todos una santa Pascua!

+ Josep Àngel Saiz Meneses

Obispo de Terrassa


¡Feliz Pascua de Resurrección! Cristo viveImprimirE-Mail

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Escrito por + Vicente Jiménez Zamora - Obispo de Santander
sábado, 03 de abril de 2010

“Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación”.

Con este vibrante comienzo del pregón pascual anuncia la Iglesia en la noche de la Vigilia Pascual la Resurrección de Jesucristo, Vencedor de la tiniebla de la muerte y Lucero matinal que brilla sereno para el linaje humano.

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Cristo por la Resurrección de entre los muertos vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Es el Señor del cosmos y de la historia. Así se presenta en el libro del Apocalipsis a las siete iglesias de Asia: “¡No temas! Yo soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”(Ap 1, 17-18).

Celebrar la Pascua de Resurrección es experimentar la presencia de Cristo vivo en medio de nosotros. Es descubrir a Cristo, que camina a nuestro lado como con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24, 13-35).

El relato de Emaús nos ofrece tres claves para el encuentro con Cristo Resucitado: La Sagrada Escritura, la Eucaristía y la Comunidad.

La Escritura. La Sagrada Escritura, leída con la luz de la fe y según la interpretación de la Iglesia, es la primera clave para acceder a Cristo Resucitado: “Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura”.Esta lectura cristológica de la Escritura es el camino iniciado por Jesús y seguido por la Iglesiaprimitiva, como vemos en los pregones apostólicos del libro de los Hechos de los Apóstoles.

La Eucaristía. Es la segunda clave. El Señor “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”, al partir el pan. La Eucaristía es presencia privilegiada para reconocer a Cristo vivo. Se trata de una presencia verdadera, real y substancial bajo los signos sacramentales del pan y del vino.

La Comunidad. Así lo entendieron los peregrinos de Emaús. “Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros”. Cristo Resucitado está presente en laComunidad. “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).

La presencia de Cristo se prolonga en los hermanos, especialmente en los pobres y en los que sufren: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Pero Jesús Resucitado no sólo esta presente entre nosotros, sino que nuestra vida cristiana es un vivir en Cristo. Estamos unidos a Él como los sarmientos a la vid (cfr. Jn 15, 1-8). Nuestras vidas están injertadas en la suya, participamos ya desde ahora, por la fe y los sacramentos, de esa vida nueva de Cristo Resucitado, como dice Pablo: “Hemos resucitado con Él” (cfr. Col 3, 19. De este modo damos testimonio de que la fuerza de la Resurrección actúa en nosotros (cfr. Fil 3, 10).

Os deseo a todos los diocesanos una feliz Pascua de Resurrección y que experimentéis la presencia del Señor en vuestras vidas para ser testigos valientes y alegres de Cristo Resucitado en la Iglesia y en el mundo.


Sucedió al albaImprimirE-Mail

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Escrito por Vicente Díaz-Pintado M
domingo, 12 de abril de 2009

Sucedió al alba. Pero casi nadie lo creía, casi ninguno lo esperaba Y andaban cabizbajos, llorosos y fugitivos para volver cada uno a sus andadas.

¿Será posible -se preguntaban destrozados- que aquellos labios hayan enmudecido para siempre sus palabras?

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¿Será posible que aquellas manos hayan dejado ya de bendecirnos desde que las vimos a la muerte clavadas?

Y así estaban unos y otros, de aquí para allá, mientras lloraban sus recuerdos haciendo sus cábalas.

Pero alguien dio la alarma: no está ya entre los muertos, su muerte ha sido despertada, la tumba está vacía y sólo hospeda su nada.

No sabían cómo, pero allí en el sepulcro ya no estaba.

Y se pusieron nerviosos, y corría como un reguerillo el comentario de la noticia más increíble, la más inmerecida y más inesperada.

¿Será verdad que ha sucedido, que ha resucitado de veras como nos dijo?

Fue al alba. Sucedió al alba. Y de pronto las lágrimas no eran ya el llanto de la pérdida maldita, sino la emoción de un reencuentro que bendecía. La noche había pasado con sus sombras, se había encendido la luz amanecida. Los colores de la vida que nacieron en los labios creadores de Dios, volvían a brillar con toda su dicha. La penúltima palabra que correspondió a la proclama del sinsentido, a la condena del inocente, a la censura de la verdad y al asesinato de la vida, cedió inevitable la palabra final a quien como Palabra se hizo hombre, se hizo hermano, se hizo historia y se hizo pascua rediviva.

Hoy encendemos los cristianos ese cirio cuya luz nos acompaña en nuestros vericuetos y nos perdona nuestras cuitas. La luz que nos habla del perdón, de la gracia, del abrazo del mismo Dios que, en su Iglesia, nos bendice, nos acoge y nos guía. Por eso entonamos el canto de los vencedores, el canto de la verdadera alegría, la que no es fruto de nuestro cálculo o pretensión, de nuestras nostalgias o insidias. Es un canto dulce, apasionado, con un brindis de triunfo que no se hace triunfalista. Porque Cristo ha vencido con su resurrección bendita su muerte y la nuestra, y ha terminado la mentira, la diga quien la diga; y no tiene hueco ya lo que nos enfrenta por fuera y nos rompe por dentro.

Fue al alba, sí, sucedió al alba. Y desde entonces, a pesar de nuestros cansancios, pecados, lentitudes y cobardías, sabemos que Dios nos ha abierto su casa, nos acoge, nos redime y nos regala su vida. Por eso cantamos un Aleluya mañanero, por eso cantamos al alba nuestro mejor albricias. Feliz Pascua de Resurrección.

Vicente Díaz-Pintado M


Cristo ha resucitadoImprimirE-Mail

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Escrito por + José Sánchez González
lunes, 29 de marzo de 2010

Cristo ha resucitado. Es el grito de la Pascua. La proclamación de la Buena Nueva de que Jesucristo ha resucitado, más aún Cristo mismo resucitado, es el Evangelio que predicaron los primeros testigos, que se sigue proclamando en la Iglesia, que constituye el núcleo de nuestra fe; el Evangelio en que nos mantenemos y por el que os salvamos. “Si Cristo no ha resucitado – llega a decir San Pablo - vana es nuestra esperanza. Vana nuestra fe. Seremos falsos testigos de Dios”. Seríamos “los más miserables de todos los hombres”, porque tendríamos nuestra esperanza puesta en Cristo mirando sólo a esta vida.

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El que por la fe se adhiere a la persona del Resucitado experimenta en su vida una transformación radical. Fue la experiencia de los primeros discípulos, primeros testigos, no tanto de la Resurrección del Señor, que no presenciaron, cuanto del encuentro con el Señor Resucitado, al que se adhirieron con fe inquebrantable dispuestos a dar la vida por Él y por su causa y a soportar con alegría la cruz y los sufrimientos que esta nueva vida llevaba consigo.

Pero la adhesión a Cristo Resucitado es una cuestión de fe. No ya sólo para nosotros, que no conocimos al Señor en vida, ni después de resucitado, sino también para los mismos discípulos y primeros testigos. Sólo la acción del Espíritu, que ilumina la mente, calienta el corazón y mueve la voluntad, puede llevarnos, como a los Apóstoles y a los primeros testigos, a la fe y a la adhesión a la persona del Señor, con un compromiso de por vida por Él.

La fe cristiana, que tiene como núcleo la persona de Cristo, muerto y resucitado, no consiste en la simple adhesión a una serie de verdades, entre ellas la de la resurrección. No son ideas, teorías o principios a los que nos adherimos con la totalidad de nuestra persona, sino a una persona, la persona del Señor. La fe es una relación interpersonal, es una amistad, la identificación con una persona, a la que creemos, de la que nos fiamos, a la que amamos, servimos y obedecemos, para la que vivimos, por la que estamos dispuestos a morir, con la que esperamos resucitar.

Este es el misterio que celebramos en la Pascua, en la que desemboca toda la celebración de la Semana Santa y que se renueva y perpetúa en la celebración de la Eucaristía y de los demás Sacramentos y en la vida de los cristianos, dispuestos a vivir la vida del Resucitado, si no en plenitud, sí, al menos, en esperanza, pero con todas las consecuencias.

Si bien la fe es gracia y, como tal, obra del Espíritu, los medios que se nos ofrecen para acceder a ella no son ni el esfuerzo meramente humano, ni la visión extraordinaria, sino los medios ordinarios que la Iglesia pone a nuestro alcance, como son la oración, la práctica de los Sacramentos, la contemplación, escucha y cumplimiento de la palabra de Dios, la vida de los testigos, que en una cadena ininterrumpida de casi veinte siglos, y a pesar de los fallos humanos, con su vida y con su muerte, acreditan la autenticidad de la fe en el Resucitado.

Incorporémonos, hermanos a esta corriente de vida y salvación de los creyentes en el Señor Resucitado.

¡Aleluya! ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Vuestro Obispo


La Pascua es … el paso del Dios del Amor - Todo sale de la PascuaImprimirE-Mail

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Escrito por Jesús de las Heras Muela - Director de ECCLESIA
miércoles, 12 de marzo de 2008

Memoria del "Seder" en el Centro católico judeo-cristiano de Madrid

Participé en la noche del pasado martes santo en una singular cena y vigilia de la Pascua. Éramos 42 personas, de distintas edades, condiciones, procedencias y circunstancias.Image

Nos congregamos con gozo y con expectación en el piso sexto del número 50 de la calle Hilarión Eslava de Madrid, en Moncloa. Nos reunía el preciso diálogo y encuentro entre católicos y judíos.

Nos convocaba una consagrada enjuta y plateada, de origen rumano, de categoría intelectual, humana y religiosa, llamada Sor Ionel Mihalovici. Es la directora del Centro católicos de estudios judeo-cristianos en Madrid. Es religiosa de Nuestra Señora de Sión desde 1945. La Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Sión fue fundada en el siglo XIX por un judío converso al cristianismo, que se hizo sacerdote: Teodoro Ratisbon. Son, en la actualidad, unas 600 en toda la Iglesia. Su carisma es el diálogo judeo-cristiana desde su confesión y pertenencia a la Iglesia Católica. Son servidoras solícitas y puentes luminosos para el encuentro de necesaria fraternidad entre quienes profesamos nuestra fe en el único Dios de la Alianza.

Razones de diálogo y hasta de reconciliación cristiana -ya de amistad y de agradecimiento- me llevaron la tarde del pasado martes santo hasta esta singular y bien hermosa celebración. Sor Ionel me invitó a presidir aquella cena, aquella pascua, aquel "Seder". Debía ser el padre de familia mientras por nuestros ojos y por nuestros corazones desfilaban textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, símbolos del recuerdo y de la memoria, testimonios todos ellos del Paso del Dios del amor. Porque esto, el Paso del Dios del Amor, fue la pascua: la pascua hebrea, la pascua cristiana, la única Pascua del único Dios del Amor y de la Alianza.

Como Jesús lo hizo

"No es folclore lo que vamos a hacer esta noche", nos dijo con voz quebrada pero sonora Sor Ionel. "Lo que vamos a hacer -prosiguió- es celebrar la cena de la pascua como Jesús lo hizo. Vamos a intentar reproducir los textos, los gestos, los signos, los alimentos y hasta los detalles de aquella cena", de aquella noche -pensaba yo- para la eternidad".

Jesús de Nazaret -Jesús de Belén o Jesús de Jerusalén, como queramos- era judío. Y aquella noche celebró la cena de la pascua como los judíos. Era una noche de pascua más. Pero era distinta, pero era la última, pero era la única y definitiva. La antigua y la nueva Alianza se iban a juntar y aunar para siempre. El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento encontraban en Jesucristo su punto definitivo de encuentro y de culminación. La antigua y la nueva Alianza eran, de nuevo, el Paso del Dios del Amor, la predilección de Dios por su pueblo, la entrega de la definitiva Tierra Prometida.

Todo bien dispuestoImage

En distintos pasajes del Evangelio escuchamos a Jesús insistir a sus apóstoles para que todo estuviera bien dispuesto para la cena de la pascua. En nuestro "Seder" del pasado martes santo en la calle Hilarión Eslava de Madrid estaba todo bien dispuesto y preparado. Cuidado con mino, con precisión y con cariño.

Ahí estaban los panes ácimos recubiertos. Junto a mi, en un plato tapado con un paño que representaba la Torah, había tres panes ácimos, tres panes sin levadura, sin hincharse, símbolos de la humildad precisa. Representaban los tres órdenes del antiguo pueblo de Israel: los sacerdotes, los levitas y el pueblo. La fracción primera que hubimos de realizar en dos trozos sobre el pan ácimos evocaba el paso del pueblo de Israel sobre el mar Rojo y cómo Dios partió en dos sus aguas y de este modo libro a su pueblo del ejército del Faraón, que le perseguía.

En otro plato jerosolimitano había un huevo duro, un pastel dulce, una verdura amarga y un hueso de cordero. El huevo duro hacía memoria de la destrucción del Templo, el pastel dulce hablaba de los trabajos en forma de ladrillos que los israelitas laboraron en Egipto, la verdura amarga eran sus sufrimientos y las opresiones recibidas, y el hueso del cordero señalaba que el cordero era la cena de la Pascua, pero que, ahora como no hay Templo, ya no se come el cordero.

El "seder" -palabra hebrea que significa cena de pascua- en el que participé es fiesta del vino. Del vino con todo su simbolismo: el vino que alegra el corazón, el vino fruto de la vid y del trabajo del hombre, el vino rojo que es color de sangre derramada. Cuatro copas estaban bien dispuestas ante nuestros platos y nuestras miradas. Recordaban las cuatro promesas del Señor: "Os sacaré del país del Egipto...", "Os salvaré...", "Os liberaré" y "Os haré mi pueblo".

Junto a mí, el padre de familias de este "seder", había una quinta copa: era la copa de Elías, era el signo de la escatología, de los cielos nuevos y de las tierras nuevas que el Dios de la Alianza prometió a su pueblo. En los hogares hebreos, los niños miran y miran la copa de Elías llena de vino para saber si, por fin, ha regresado Elías y la ha bebido. Entonces sería la plenitud de los tiempos.

Y las velas, tampoco podían faltar las velas. Que son signos de luz. Que son antorchas de fe -fe recibida y fe que ha de ser transmitida cual antorcha y relevo "olímpico...-. Que son muestras de calor y de acogida. Y, por ello, ¿quién mejor que la madre de la familia para encenderlas, para crear el ambiente preciso y necesario en el hogar?

Todo sale de la pascua. Y como todo salió para el pueblo de Dios -primero, el pueblo de Israel; después, toda la humanidad redimida por Cristo- de la pascua, esta noche, esta cena, este "seder" ha de estar repleto de las palabras, de los textos, de las plegarias y de los gestos precisos. Todo sale de la pascua.

Cuatro partesImage

En cuatro partes se divide esta singular liturgia que estoy narrando, este "seder" judeo-cristiano. Su duración supera las dos horas y media.

Comienza con los ritos preliminares: la bendición de las velas, la bendición de la familia, la bendición de la copa de la santificación del nombre de Dios, el primer lavado de las manos, la bendición de las hierbas amargas, la presentación del pan ácimo y la invitación a los pobres, mientras se abren las puertas del hogar que celebra el "seder".

Todo sale de la pascua y esta pascua está revistada en esta primera parte también de presencia de la Palabra de Dios, de momentos para la oración y de gestos explicativos.

Una catequesis de la memoria y del compromiso

La segunda parte del "seder" judeo-cristiano es la Liturgia de la Palabra. Pero es más bien la liturgia de la catequesis, una catequesis. Y es que la Palabra de Dios está presente no sólo en este momento sino en toda la cena, en todo el "seder". Y digo que es una catequesis porque la celebración en este segundo momento está dirigida especialmente a los niños.

Claro, ellos se extrañaban del por qué de una cena tan singular. Y preguntaban al padre de familias por sus ritos, sus presencias, sus signos. "¿Por qué esta noche es distinta a las demás?"

La liberación de Egipto, las diez plagas -sangre, ranas, mosquitos, sarna, peste del ganado, animales feroces, granizo, langosta, tinieblas, muerte de los primogénitos-, el canto de acción de gracias por la liberación, el significado del cordero, del pan ácimo y de las hierbas amargas y la bendición de la copa de la liberación se suceden, entre cantos y entre lecturas, como una espléndida catequesis de la memoria y del compromiso. Son las maravillas que Dios obró en favor de su pueblo y que el creyente ha de guardar en su memoria, hay de fijar en el dintel de su hogar y en lo más íntimo de su corazón, ha de hablar de ellas yendo de camino, acostado y levantado y ha de transmitir a sus hijos y a los hijos de sus hijos por mil generaciones.

La cena ritual

Hemos llegado ya a la tercera parte del "seder". Es la cena ritual. Comienza con el segundo lavatorio de las manos, sigue con la bendición de los panes -"Tomad y comed esto es mi cuerpo"- y de las hierbas amargas y culmina en la cena de la fiesta.

En tiempos de Jesús, los judíos comían el cordero pascual asado. Ya no lo comen para recordar la destrucción del Templo. Los cristianos sí lo podemos comer porque sabemos cuál y dónde está nuestro definitivo templo. Y el pasado martes, en el "seder" del Sor Ionel comimos el cordero asado, antecedido de pescado traído y cocinado en Israel y de una ensalada de arroz. Fue el tiempo para la convivencia gozosa entre los participantes en la cena. Fue el tiempo para el diálogo, para las preguntas y las respuestas, para el conocimiento de los unos y de los otros, para sellar y rubricar las nuevas amistades recién surgidas... Todo sale de la pascua.

Y acabada la cena de fiesta, una parte del pan guardado desde el comienzo de la celebración, se corta en pedazos -el "Afikoman"-, se da gracias a Dios con el salmo 125 -"Cuando el Señor cambio la suerte de Sión..."-, se come y se toma la tercera copa, la copa de la bendición: "Este el cáliz de la nueva alianza en mi sangre. Haced esto en memoria mía".

La Copa del Mesías y Hallel

Y llega la última y cuarta parte. Es la parte de la cuarta copa, la copa del Mesías y del salmo 118, el "Hallel": "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia...".

Y, ya según se aproxima el final del "seder", plenos de agradecimientos y de alabanza, en nombre de todos, el padre de familia reza conmovido: "Señor, Dios nuestro, si nuestras bocas cantaran como el mar rugiente, si nuestras lenguas cual olas imploraran, si nuestros labios tuvieran la adoración del cielo y de la tierra y nuestros ojos el resplandor del sol y de la luna, nuestras manos extendidas cual alas de águila, alzándose hacia el cielo para alcanzarte, si nuestros pies fueran ágiles cual las ciervas, todo eso no bastaría para ofrecerte, Señor, la plenitud de nuestro agradecimiento, para agradecerte la más pequeña parte del inmenso amor que nos dispensaste en todos los siglos./Amén".

Todo sale de la Pascua

Todo sale de la Pascua. La Pascua es el Amor. Es el Paso del Dios del Amor sobre nuestra historia, sobre nuestro presente, sobre nuestro futuro. La Pascua es el Paso del Dios del Amor sobre nuestras personas, sobre nuestras familias, sobre nuestros lugares, sobre los enfermos, sobre los pobres, sobre los necesitados. La Pascua es el Paso del Dios del Amor que ya no hiere sino abrasa de amor. Y libera, y salva, y redime y nos hace para siempre su pueblo, su heredad, su patrimonio y la expresión y el testimonio de su amor.

"Ahora termina nuestro Seder. Toda costumbre. Toda ley. Todo está cumplido". Y "después de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos".

La Pascua aguardaba el Paso definitivo, sublime, inconmensurable e insuperable del Dios del Amor. Todo sale de la Pascua. Y nosotros somos testigos. Somos testigos del amor. Somos testigos de la antigua, de la nueva y de la eterna Alianza: Dios está con nosotros, nos ama hasta el don total de sí mismo y Dios quiere de nosotros el amor. La Pascua es el amor. Todo sale de la Pascua.


Diez actitudes cristianas al estilo de la eucaristíaImprimirE-Mail

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Escrito por Jesús de las Heras Muela - Director de ECCLESIA
jueves, 09 de abril de 2009

La Pascua es el tiempo de la Eucaristía

Diez actitudes cristianas al estilo de la Eucaristía para hacer de la Eucaristía vida y de la vida EucaristíaImage

Jesús de las Heras Muela

La conocida, certera y repetida frase “La Eucaristía hace a la Iglesia. La Iglesia hace la Eucaristía” bien podríamos traducirla y parafrasearle por esta otra: “La Eucaristía hace a los cristianos. Los cristianos hacen la Eucaristía”. Y dentro de la grandeza y de la hermosura de estos axiomas, surge también el reto y el desafío: ¿Cómo hacemos los cristianos la Eucaristía? ¿La hacemos como debemos hacerla, esto es, dejamos que sea ella quien nos haga a nosotros? Nuestra vivencia de la Eucaristía nos modela, nos transforma, nos retrata, nos perfila y hasta nos delata. Una Eucaristía rutinaria, despistada, con prisas, sin la atención precisa, irá poco a poco modelando de este mismo modo nuestra vida cristiana.

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1.- Una actitud orante. A la Eucaristía vamos a rezar, a tratar de amistad con quien sabemos nos ama. El –el Señor de la Eucaristía- nos mira con amor en la Eucaristía. ¿Cómo le miramos nosotros? ¿Cómo es nuestra mirada? Esta actitud orante se traduce a la alabanza (el Gloria), es impetración e intercesión (Preces u oraciones de los fieles). Es acción de gracias (Doxología final). Es Padre Nuestro. Es diálogo de intimidad (Oración de postcomunión).

2.- Una actitud, un estilo comunitario, eclesial. En la Eucaristía nunca estamos ni vamos solos. Ni siquiera en las llamadas misas privadas. La Eucaristía es la fiesta de la Iglesia. Estamos con los hermanos. Somos asamblea, reunión, “Ecclesia”, Iglesia. La Eucaristía nos hace más “iglesia”, más hermanos, más solidarios. La Eucaristía es y nos introduce en el banquete de la fraternidad y de la nueva humanidad.

3.- Un actitud, un estilo humilde y penitente. Toda celebración de la Eucaristía –a través de sus distintas formas y ritos- comienza por el rito penitencial. Nos hace sentirnos humildes, pequeños, pecadores, necesitados del perdón y de la gracia de Dios. “Quien esté limpio de pecado…”. Vivir la Eucaristía como la Eucaristía es nos ha de hacer humildes, ha de fomentar en nosotros la humildad, virtud religiosa capital, virtud clave del cristianismo.

4.- Una actitud escuchante. Es la Palabra de Dios la que se proclama en la Eucaristía. Dios nos habla a través de los textos bíblicos elegidos por la liturgia para las distintas ocasiones. Dios tiene algo muy importante y vital que contarnos. Debemos abrir bien los oídos y el corazón. En la Eucaristía, Dios mismo nos habla. Nos da su Palabra, la fuente y el manantial de la verdadera sabiduría.

5.- Una actitud confesante. La Palabra proclamada, sentida, escuchada, dispuesta a traducir en vida nos lleva a confesar y a proclamar nuestra fe. Es el Credo. La Eucaristía es escuela de la fe. Es escuela del testimonio de esa fe que es también Eucaristía. La Iglesia y la humanidad necesitan de cristianos de la Eucaristía, de cristianos confesantes.

6.- Una actitud oferente. El ofertorio de cada Eucaristía nos enseña a ser también nosotros ofrenda permanente. Pone en valor y en relieve la importancia de nuestro trabajo y de nuestro afán. Habla asimismo de solidaridad a favor de los que menos tienen. Y nos muestra que la ofrenda agradable a Dios siempre se transforma en vida y en fruto para nosotros mismos y para los demás.

7.- Una actitud sacrificada, abnegada, entregada, generosa, hecha oblación. Es la consagración. Es la memoria y la actualización sacramental del único y perfecto sacrificio de Jesucristo, que nos da ejemplo y nos llama a ser también nosotros sacrificio de expiación. Es la reiteración de la parábola, de la imagen del grano de trigo que, al caer en la tierra -en la besana abierta de nuestra vida- y al ser enterrado en ella, no muere sino que solo es puede brotar y florecer en la espiga de oro.

8.- Una actitud pacífica y pacificadora. Tiene su emblema en el momento del rito de la paz. A ejemplo y modelo de Jesús, el Príncipe de la Paz, quien hizo con su sangre derramada en la cruz. La Eucaristía es paz, la Eucaristía sella la paz, es compromiso de paz. Es promesa y prenda ciertas de paz.

9.- Un actitud comulgante, un estilo de cristianos de comunión. No de cristianos por libre, sino de cristianos de comunión con el Señor a quien recibimos sacramental en la Eucaristía de su Iglesia. De comunión con El, sí, y con su Iglesia. Con su Iglesia, representada por sus pastores y fieles. De una Iglesia que es tanto más Iglesia cuánto más comunión es. De una Iglesia que es misterio como la Iglesia y que es misión desde el misterio y la comunión.

10.- Un actitud y un estilo misioneros. La Eucaristía es para la vida. La Eucaristía es vida. Y la Eucaristía nos lleva a la vida. Nos trae de ella, no nos abstrae de ella mientras participamos en la misma y nos devuelve, transformados como misioneros, a la vida. La Eucaristía es misión. “Glorificad a Dios con vuestras vidas. Podéis ir en paz” reza la fórmula de despedida de la Misa, una fórmula que nos envía a la misión: a glorificar a Dios con nuestras vidas. Y –sabido es- la gloria de Dios es la vida del hombre, de todo hombre. Y la Eucaristía nos pone al servicio incondicional de la vida, de toda vida y de toda la vida.


http://revistaecclesia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=16677&Itemid=302


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